Le pedían milagros que no le eran posible. Era con diferencia el ser más
destacado de aquel lugar, su talento era desbordante, pero no era capaz
de solucionar sus problemas. Cuando hablaba los demás parecían
hipnotizados, el poder de sus palabras hacía que los demás solo pudieran
escuchar.
¿Era acaso el poeta líder de aquel rebaño? Le pedían
al poeta ser líder y él solo era capaz de devolverles metáforas. Ya no
le pedían, le exigían solucionar hasta el último de sus problemas y él
solo les podía ofrecer sus mejores versos.
Por el solo hecho de
su genialidad le exigían ser lo más parecido a un dios, si acaso algún
día existió un ser semejante, y eso le hacía infeliz. Poco a poco sus
metáforas dejaron de ser valoradas porque no eran metáforas aquello que
querían oír los demás.
Se sentía frustrado y una mañana decidió
que se iba con sus versos a otra parte. Sentía una sensación intermedia
entre la rabia y la tristeza. No pudo evitar dejar una última frase, en
un trozo de papel escribió: el arte para el artista y bellotas para los
cerdos.
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